sábado, 2 de marzo de 2013

LOS DONES ESPIRITUALES (XI) EL DON DE LA MISERICORDIA


                                      EL DON DE MISERICORDIA
El don de mostrar misericordia es la capacidad dirigida por el Espíritu Santo de manifestar en forma práctica, compasiva y alegremente el amor hacia los miembros del cuerpo de Cristo que sufren. El verbo “mostrar misericordia” pueda traducirse como “tener piedad”, o sea compadecerse, mostrar amable favor. Todo aquel que tiene este don no se endurece ante los sufrimientos de otros; sino más bien es movido a socorrer al que padece, debe hacer algo al respecto. Este don implica algo más que un sentimiento de piedad; mueve a la acción (Santiago 2:15-16). Siempre que Jesús fue movido a compasión hizo algo al respecto. Durante toda su vida sobre la tierra demostró su compasión. Su sacrificio en la cruz fue la evidencia suprema de esta piedad. Hablar palabras de aliento y fortaleza en un hogar enfermo evidencia el don de la exhortación; pero ir a la cocina a preparar una comida, manifiesta el don de la misericordia. La verdadera misericordia exige más que palabras, el que visita a la gente enferma y postrada debe irradiar la claridad del sol. El don, bajo la guía del Espíritu Santo, es como un rayo de sol que penetra en el cuarto del enfermo hasta llegar al corazón mismo del enfermo. A pesar de que los creyentes deben extender la misericordia a los incrédulos, el propósito de los dones es la edificación del cuerpo de Cristo. Debemos hacer el bien a todos los hombres, pero en forma especial a los de la familia de la fe (Gálatas 6:10). Ante todo este don debe ser ejercido hacia los santos que sufren. ¿En qué difiere el don de ayudar del don de misericordia? El don de ayuda está dirigido hacia obreros cristianos para liberarlos del servicio temporal/material de modo que puedan concentrarse en su ministerio básico de la Palabra y la oración. El don de misericordia está dirigido hacia el santo en desgracia, el necesitado, el incapacitado, el retardado, el despreciado, el postrado, el hambriento. Nuestras obras de misericordia pueden llegar a ser los más elocuentes testigos ante el mundo exterior de nuestra fe en Cristo.
Debemos contribuir para cubrir las necesidades del pueblo de Dios (Romanos 12:13; Hebreos 13:16). Los primeros creyentes mostraban misericordia vendiendo sus tierras y casas para ayudar a los pobres que habían entre ellos  (Hechos 2:44-45); Dorcas era muy amada en Jope; ella hacía limosnas o sea obras de misericordia (Hechos 9:36); el recién convertido carcelero de Filipos mostró misericordia a los pocos minutos de su conversión, lavó las heridas de las espaldas de Pablo y de Silas, los llevó a su casa y les dio de comer (Hechos 16:33-34). Onesíforo es también un buen ejemplo de misericordia (2 Timoteo 1:16-17); Onesíforo significa: “el que trae ayuda” en términos más amplios “el que hace misericordia”. Dios se complace en los que hacen misericordia “Misericordia quiero y no sacrificios” (Mateo 9:13; 12:7); es por ello que entre los dones del Espíritu Santo, la misericordia ocupa un lugar especial, pues al ejercitarlo lo que uno hace es transmitir amor de Dios hacia los demás. “A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho se lo volverá a pagar” (Proverbios 19:17). Repetidas veces los corazones han sido suavizados por el amor de Cristo que los miembros muestran el uno para el otro. El grado que este don puede alcanzar llevando consuelo a los miembros sufrientes del cuerpo de Cristo, es virtualmente ilimitado debido a las vastas, diversas y conmovedoras necesidades del pueblo de Dios. Los hermanos necesitan mostrar un amor práctico y compasivo hacia los otros miembros del cuerpo de Cristo (Lucas 6:36). Aquellos que tienen el don de mostrar misericordia deberían estar especialmente atentos para dar expresión a este tan necesitado ministerio.  Para la reflexión, la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37).

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