sábado, 2 de marzo de 2013

LOS DONES ESPIRITUALES (IX) EL DON DE DAR


                                              EL DON DE DAR
Uno de los dones de servicio mencionados por el apóstol Pablo es el don de dar (Romanos 12:8). La persona que tiene el don de dar, lo hará con sencillez; ningún motivo oculto tendrá cuando ejercite ese don. No dará para aquietar su conciencia, ni dará para obtener algo en retribución. Cuando enviamos un regalo es con el propósito oculto de que nos admiren por ese gesto; el don de dar nunca mezcla el egoísmo con el amor. El don de dar no es dar una propina al Señor, sino es un gesto de un corazón agradecido que da como una muestra de verdadera generosidad El don de dar es la capacidad dada por Dios de dar dinero para el progreso de la obra de Dios, con tal cuidado y alegría que los que lo reciben sean edificados.
Al permitir que nuestros bienes materiales sean una bendición para los más necesitados, nosotros mismos somos los primeros en recibir bendición. Antes que su  ofrenda sea una bendición para el perdido, para el huérfano o para la obra misionera, ya fue una bendición para usted desde el momento en que la dio (Hechos 20:35); sin embargo, no debemos pensar siquiera dar a Dios “a cambio” de una bendición, porque todo lo que está en nuestras manos son propiedad de Dios. El creyente da más cuando da por amor, el creyente que está mal espiritualmente da su dinero pero no su corazón. No da con fe, y es la fe la que justifica, la que galardona y no las obras (Hebreos 11:6).
El dinero no compra nuestra ociosidad en el reino de Dios. Mucho más que nuestro dinero, Dios nos quiere a nosotros; más que nuestro dinero, Dios quiere nuestro tiempo, nuestras oraciones, nuestra vida. Lo que va a determinar el índice de la ofrenda no es un porcentaje fijo “¿Cuánto es lo que tengo que dar?”, sino la fe, la visión de los objetivos generales de la iglesia, la dimensión del amor del creyente para su Señor y Salvador y el conocimiento que él tenga del amor de Dios. No se trata de cuanto deba dar, sino de cuanto amo a mi Señor. El Cristiano no busca, no perfecciona, no administra los dones y talentos para sí mismo, para servirse de ellos para su propia gloria, enriquecimiento y deleite, el desea sinceramente ser capacitado de dones para trabajar a favor de su prójimo y de ese modo agradar y glorificar a Dios. En la felicidad del prójimo está su deleite y en la gloria de Dios está su victoria (Mateo 22:37,39).
Administrar todos los bienes, todo su tiempo, todo su talento, movido por el amor, siendo consciente de que todo pertenece a Dios y debe ser usado para su gloria y para felicidad del prójimo, esta es la conciencia que mueve al que tiene el don de dar; esta es la conciencia de la mayordomía total que debe motivar, alegrar, enriquecer espiritualmente y dominar la vida de un creyente que tiene este don. Una de las razones, quizás la más importante para dar, son las almas perdidas. La mayoría de las iglesias invierten más dinero en la ampliación y conservación de su propio patrimonio (que va a quedar en la tierra) que en la salvación de las almas (que irán al cielo). Un pueblo que no sea misionero está fracasando en su tarea. Dios quiere una iglesia misionera que salga al mundo a ganar almas, para ello se requiere de un pueblo fiel en su mayordomía y de creyentes fieles al ejercer su ministerio de dar administrando sus dones. Una iglesia sin una visión misionera demuestra una comprensión muy pobre del amor de Dios y por lo tanto del propio Dios.
En Juan 3:16 Dios nos da el ejemplo del amor en acción “De tal manera AMÓ Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito…”. El que ama las almas perdidas no escatimará nunca sus bienes, sino que dará generosamente para que el evangelio les sea predicado. Aquellos que aman dan, los que no aman son los que están de ociosos criticando y estorbando el buen andar de la iglesia; como bien lo dijo alguien: “En la escuela de la ociosidad se gradúan los críticos más feroces de cuyas lenguas ni Dios puede escapar”. ¿Tienes tú el don de dar? La iglesia te necesita, necesita de tu don, y a no olvidar que “el que siembra generosamente, generosamente también cosechará” (2 Corintios 9:6).-

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