LIBRO DE DANIEL (VIII)
A partir de
ahora se cambia la figura la figura del árbol a la del hombre (v.16). Nabucodonosor no viviría a partir
del tiempo señalado por Dios como hombre sino como un animal irracional hasta
que reconozca el señorío del Altísimo (v.17).
La interpretación del sueño: 4:19-27. Daniel quedó pasmado, perplejo; enmudeció ante la
gravedad del juicio divino sobre el rey; Daniel en este tiempo era el Primer
Ministro y existía, de hecho, un vínculo muy cercano con Nabucodonosor. Él quiso
evitar la necesidad de dar a conocer al rey el alcance del juicio de Dios. Al
final, ante la insistencia del rey, Daniel dio al rey la interpretación, pero
antes manifestó lo que había en su corazón “Señor
mío, el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para los que mal te
quieren” (v.19).
Comenzando
con la descripción del crecimiento, la vistosidad y la dependencia de toda
criatura respecto al árbol, interpretó fielmente el sueño: Le dijo que el árbol
“Eres tú mismo, oh rey” (v.22); de esa manera identificó a Nabucodonosor con el árbol.
Como hombre y como rey, Nabucodonosor sufría de la vanidad, el orgullo, la
impiedad y la soberbia.
El juicio
mismo era a causa de su orgullo “Hasta que pasen
sobre él siete tiempos” (v.
23), literalmente “siete sietes”. Este juicio provenía de Dios mismo (v. 24) y se declara con firmeza la
resolución del mismo “A ti te
echarán” (V. 25), y declara el alcance del mismo “Junto con los animales del campo estará tu morada. Te
darán a comer hierba, como a los bueyes, y serás mojado con el rocío del
cielo”. Daniel
pintó el cuadro de una caída muy desagradable para uno que había subido a lo
más alto: Iba a vivir como una bestia entre los animales del campo. (En el
campo de la siquiatría y la psicología se conoce esta forma de comportamiento
como Licantropía, un tipo de delirio
en que la persona afectada cree estar convertida en un lobo e intenta
comportarse como tal. Como el juicio establecía que él iba a ser alimentado
como los bueyes, lo más acertado es definirlo como Zoantropía, o sea, el
comportarse como un animal, sin especificar qué clase de animal). Pasarían
sobre el rey siete períodos de tiempo hasta que él reconozca que el señorío
pertenece a Dios (v. 26). Si Nabucodonosor reconocía el señorío de Dios
a las siete semanas, entonces el juicio divino se detendría; así también si lo
hacía a los siete meses, pero su orgullo era muy grande que le llevó siete años
el reconocerlo. Dios se encargó de que el imperio continuara sin cambios
durante su ausencia del trono.
En este
punto, Daniel empieza a predicarle al rey sobre la necesidad de un cambio (conversión), de romper con su vida de
pecado, sus malos hábitos y con sus iniquidades con la práctica de la justicia
(v. 27). El problema que tenía Nabucodonosor
era que no conocía personalmente a Dios, y el hecho de que, aunque conocía al
Dios de los Judíos, él seguía siendo un idólatra. El consejo que Daniel le dio
era que al entrar en una relación correcta con Dios cambiaria su vida
totalmente y reflejaría la naturaleza misma de Dios.
Antes de la caída viene la altivez: 4:28-33. Pasaron doce meses y todo estaba normal, nada había
ocurrido. Nabucodonosor Miraba la ciudad y dijo: “¿No
es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué…con la fuerza de mi poder y para
gloria de mi majestad?” (V.30). Babilonia era muy hermosa con sus
17 templos y los famosos jardines colgantes, una de las maravillas del mundo,
que había construido Nabopolasar su padre. Cuando pronunciaba dichas palabras”descendió una voz del cielo” (v.31), “y en
la misma hora se cumplió la palabra acerca de Nabucodonosor” (v.33). Inmediatamente, el que había sido tan soberbio cayó en
un estado tal que pensaba que era una bestia “su
pelo creció como plumas de águilas y sus uñas como las aves”.
La recuperación: 4:34-37. Al fin del tiempo decretado por Dios,
Nabucodonosor alzó sus ojos y reconoció
la soberanía de Dios, al instante recuperó el uso de la razón y empezó a
glorificar al único Dios verdadero. Recibió un buen baño de humildad y
reconoció que es la voluntad de Dios la que prevalece. El fue restaurado por
completo en el reino, con todos los honores correspondientes y dejó un
testimonio de conversión personal “Ahora yo, Nabucodonosor,
alabo, exalto y glorifico al Rey de los
cielos” (v.37).
Un excelente testimonio de orgullo, de soberbia, de castigo y de humillación
del que podríamos aprender…y mucho!!