viernes, 11 de enero de 2013

LOS DONES ESPIRITUALES (III) EL DON DE LA PROFECÍA.


                                      EL DON DE LA PROFECÍA
Generalmente la gente piensa en predicciones cuando se habla de profecías; pero la predicción del futuro es solamente una pequeña parte del sentido de la profecía. La palabra profeta procede de una palabra griega compuesta, que significan literalmente “DECLARAR”. La profecía ocupa un lugar prominente entre los dones. En la lista de los ministerios (Efesios 4:11), y de los dones (1 Corintios 12:8), la profecía ocupa un segundo lugar, inmediatamente después del don Apostólico en ambos caso.
Podemos definir el don de la profecía como la capacidad dada por el Espíritu Santo de proclamar la Palabra escrita de Dios con claridad y aplicarla a una situación particular con miras a la corrección o edificación, la exhortación y consuelo.
El resultado de la profecía siempre es la edificación del cuerpo de Cristo (1 Corintios 14:3). El don de la profecía no incluye una nueva revelación, sino una comprensión más clara o amplificada de la verdad ya revelada.
 La iglesia de Antioquía de Siria tenia profetas y maestros (Hechos 13:1); se dan cinco nombres.
Judas y Silas consolaron a los hermanos al ejercer el don profético (Hechos 15:32). En la iglesia de Corinto consideraban como profecía la presentación de un mensaje inspirado o revelado con el propósito de edificar (1 Corintios 14:3-4)
Los profetas instruían, prevenían, exhortaban, prometían, reprendían;  protestaban contra el mero formalismo o las ofrendas de sacrificios que se hacían sin obediencia. Ponían énfasis en el deber moral, promovían la justicia, hablaban con voz de trueno acerca del horror venidero que caería sobre los malvados, y repetían las promesas del mundo venidero bajo la gracia de Dios.
Para proteger contra predicciones irresponsables de los que sostenían y sostienen en la actualidad que hay mensajes especialmente proféticos, el Señor dispuso en su sola voluntad el otorgar el don de la profecía; estos irresponsables deben ser confrontados con la Palabra de Dios. ¿Qué es mejor? ¿Permitir que los mensajes proféticos sean confirmados por personas tan pecadoras como nosotros, o permitir que sea la Palabra de Dios quien sea la autoridad suprema en materia de fe? ¿Cuán seguro es el razonamiento del hombre pecador?
 Por otra parte la profecía siempre tiene que ver con el Señor Jesucristo. Los profetas del Antiguo Testamento predijeron la venida del Señor Jesucristo; los del Nuevo Testamento centraron su mensaje en el Cristo crucificado que vendrá otra vez. El apóstol Juan escribió en uno de los últimos capítulos de la Biblia:”El testimonio de Jesús es el Espíritu de la profecía” (Apocalipsis 19:10).Toda la Escritura apunta a Cristo; El es la suma y la sustancia del Antiguo y Nuevo Testamento.
La profecía es la proclamación poderosa, en el Espíritu, de la Palabra viva (Cristo Jesús), quien es el centro y la circunferencia de la Palabra escrita. Los que tienen el don deben ejercerlo de acuerdo a la medida de la fe (Romanos 12:6).A lo largo de la historia los hombres han ejercido el don de la profecía, o sea, HABLAR POR DIOS. El profetizar ha llegado a ser hablar o proclamar de la Palabra escrita de Dios con la sabiduría y el poder del Espíritu Santo. Como decía el apóstol Pedro “la antorcha que alumbra en lugar oscuro” (2 Pedro 1:19). El don de la profecía hace que la Palabra de Dios se aplique a cualquier situación en cualquier tiempo.
En la actualidad necesitamos profetas que lancen sus advertencias contra la declinación moral del hombre, el racismo, el materialismo, la inmoralidad, el endiosamiento; y en fin, contra la decadencia de la raza humana, que por dar la espalda al Creador, ha hecho de la creación su dios (Romanos 1:18-32). La iglesia es, en un sentido más amplio, una institución profética, establecida para enseñar al mundo por medio de la ordenanza de la predicación. La revelación de Dios Ha concluido. La Biblia es nuestra guía suficiente para el presente; en ella quedó de una vez y para siempre escrita la revelación divina; para explicarla y aplicarla necesitamos el uso del don de la profecía, que es ni más ni menos que hablar en nombre de Dios. Ver Éxodo 7:1-2. No menospreciéis las profecías” (1 Tesalonicenses 5:20).-

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