EL FENIX
El mundo entero quedó conmovido cuando en el año 2.010 se supo que 33
trabajadores de una mina en Chile quedaron sepultados bajo miles de toneladas de roca, a una
profundidad de unos 800 metros aproximadamente.
La angustia y la desesperación se
apoderaron de sus familiares. Las autoridades del gobierno actuaron rápidamente
para tratar de llegar al lugar donde estaban estos hombres; con mucha
incertidumbre acerca del estado en que encontrarían a estos obreros, pero con la esperanza de encontrarlos vivos.
Fueron pasando los días y era evidente que
iban a necesitar de un esfuerzo extraordinario y de una buena dosis de fortuna para recuperarlos
con vida, si es que lo estaban aún. Debían conseguir una cápsula especial para
enviarlo al fondo de la tierra y sacar de a uno a estos mineros. Lograron
conseguir dos cápsulas mientras grandes máquinas excavadoras iban taladrando
las piedras para hacer un hueco y enviar por allí una de ellas.
Cuando establecieron un sistema para
enviar víveres y agua fueron recompensados con algo maravilloso. Cuando alzaron
nuevamente la sonda primaria encontraron en ella una nota enviada por los
mineros, que textualmente rezaba así: “Estamos
vivos los 33”. Dicha nota conmocionó al mundo entero y se fortalecieron las
manos de todos los que se comprometieron a rescatar a estos hombres.
Ingenieros, mineros, técnicos, gentes del gobierno y aún la gente común, a
través de sus oraciones, colaboraron para tratar de realizar una obra
portentosa, rescatar con vida a los 33 trabajadores sepultados.
Había entre los mineros un hijo de Dios, quien
compartió con los demás compañeros la Palabra del Señor. Uno de los pasajes que
más conmovió a todos fue éste que encontramos en Salmos 95:4 “Porque en su mano están las profundidades de la tierra, y las alturas de los montes son
suyas”.
Llegó el día señalado y enviaron la sonda
llamada “Fénix”. La cuestión del rescate en sí mismo era
sencilla. Consistía en enviar la cápsula hasta donde se encontraban y cada uno
se subía en ella para ser rescatados. Debían ser sacados de a uno, no más; la
decisión por lo tanto era personal.
El día señalado, el mundo entero quedó
paralizado, prendido a las cadenas de televisión que transmitían en directo el
sensacional rescate. Y luego empezó a descender la cápsula, y subió en ella el
primer minero, y llegó a la superficie, a la salvación. Todos los que vieron a
ese hombre salir del fondo de la tierra,
vivo, fueron conmovidos hasta las lágrimas. Posteriormente se procedió a
enviar nuevamente la cápsula para rescatar al siguiente, y luego al siguiente,
y así continuó hasta que TODOS fueron
rescatados. Algo que tuvieron en común
estos hombres durante el rescate fue que tuvieron que tomar la decisión de
subir a la cápsula de rescate; nadie podía salvar al otro; debían tomar la
decisión personal de subir a dicha cápsula de salvación.
De la misma manera sucedió con nosotros. Habíamos quedado sepultados en
lo más profundo del abismo, bajo el peso descomunal de nuestros pecados. Dios,
viendo nuestra imposibilidad de salvarnos, envió una cápsula de salvamento (su
Hijo Amado, Cristo Jesús). La Biblia, la Palabra de Dios, dice que Cristo Jesús
descendió a las partes más bajas de la tierra (Efesios 4:9) para llevarnos a lo
más alto del cielo; “Porque de tal
manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel
que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). La cuestión, también,
es bastante sencilla. Dios envió
a su Hijo para rescatarnos, la cápsula
está a nuestro alcance, la salvación también;
ahora depende que nosotros
creamos que esa cápsula (Jesús) enviado por el Padre celestial puede
salvarnos y por lo tanto, tomar la decisión personal de apropiarnos de ese
medio de salvación para ser rescatados (Redimidos). No existe otra cápsula de
salvamento, No hay otra
forma de salvarnos, No existe otro camino. Jesús dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí” (Juan 14:6).
Nosotros estamos muertos en nuestros delitos
y pecados (Efesios 2:1), pero Cristo Jesús tiene el poder para darnos vida.
¿Cuál es la decisión que vamos a tomar? Un buen consejo bíblico es la de
arrepentirnos de nuestros pecados para alcanzar la misericordia de Dios. No
pretendamos ser buenos “No hay justo, ni
aún uno” (Romanos 3:10). En el libro de proverbios encontramos este pasaje:
“El que encubre sus pecados no
prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios
28:13). Dios no lo va a obligar a subir en la cápsula de salvación. El no lo
obligará a creer en Cristo Jesús; pero él desea salvarlo “Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún
pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8) La decisión es personal, es suya. ¿Recibirá a Cristo como su
Salvador o quedará sepultado eternamente bajo el peso de su pecado? Dios lo bendiga.
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