jueves, 24 de abril de 2014

ESCUELA DOMINICAL

                                                             LOS PROFETAS MENORES
                                                                              JONÁS  IV
4:1-4. El profeta manifiesta su egoísmo; la misericordia de Dios desagradó a Jonás. Su enojo era como un fuego ardiente, un exacerbado sentimiento de enojo, Jonás estaba “caliente” por la bondad de Dios; él quería que los ninivitas sean destruidos. Al fin Jonás reconoce el motivo de su intento de huir de la presencia de Dios. No quería que los asirios gozaran de la misericordia de Dios ni quería ser el mensajero del Señor para ellos porque Jonás conocía a los asirios. De todos los enemigos de Israel los asirios eran los más crueles; no solamente destruyeron la ciudad de Samaria y deportaron a sus habitantes sino que pusieron otras gentes en la tierra de manera que los judíos ni siquiera tenían una patria a la cual regresar. Es por eso que, conociendo la bondad divina (Éxodo 34:6-7; Salmo 86:5, 15; 103:8; Joel 2:13), es que el profeta se negó a ser el portador de un mensaje de arrepentimiento y perdón. Entonces, como Moisés y Elías habían hecho antes, Jonás pidió a Dios que le quitara la vida (Números 11:10-15; 1 Reyes 19:4). Es triste ver la oración del profeta, tan distinta del capítulo 2. Viendo al Jonás del capítulo 1, podemos ver que obedeció el mandamiento de Dios porque sabía que no se puede huir de la presencia de Dios, pero él prefería morir antes que ver la salvación de los asirios. El Señor le hace ver que su razonamiento es absurdo e inadecuado y le insta a reflexionar sobre ello.
4:5-8. Jonás deseaba íntimamente que Dios al final destruyera a Nínive, es por ello que se hizo una enramada en lo alto de una colina y esperó para ver el resultado final. ¿Podríamos imaginar el efecto sicológico sobre los habitantes de Nínive al ver a ese profeta que trajo malas noticias esperando  para ver los resultados de su profecía? Aún allí Dios le muestra su misericordia al hacer brotar una calabacera para proveerle de sombra, y Jonás se reconfortó con ello. Su felicidad duró poco; después de 24 horas Dios dispuso que un gusano destruyese la planta. Jonás se molestó; parecía que al profeta le daba más valor a las cosas que a las personas; especialmente la gente de Nínive. Ante el sofocante calor por el viento oriental que el Señor envió, Jonás lamentó su situación y le manifestó al Señor su deseo de morir. Jonás demuestra una actitud muy superficial sobre la vida al pedir la muerte por tener sed y calor sin importarle la muerte de cientos de miles de personas que necesitaban y anhelaban obtener el perdón de Dios.
4:9-11. Ante la pregunta del Señor, Jonás responde y demuestra su falta der madurez. El egoísmo excesivo es una clara muestra de la falta de madurez de una persona. Dios le demuestra a Jonás que su actitud es equivocada y absurda. El profeta se desespera por la pérdida de una planta que él no sembró ni cultivó; cuanto más el Señor debe pensar en cientos de miles de personas que él ha creado a su imagen y semejanza. En este momento se ve a un Jonás con muchos prejuicios y con una escala de valores totalmente confundida y distorsionada. La expresión “más de 120.000 personas que no distinguen su mano derecha de su mano izquierda” se refiere a que, además de los adultos, había esa cantidad de niños, demasiado pequeños para tener criterio o discernimiento moral. De allí deducimos que la población de Nínive era de unas 600.000 personas, aproximadamente.
La lección más importante que encontramos en el libro de Jonás es ésta: El Señor de la tierra  ama a toda su creación, justos e injustos y no quiere que ni ninguno se pierda.


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