miércoles, 15 de enero de 2014

ESCUELA DOMINICAL

                                                   LOS PROFETAS MENORES
                                                         JOEL  (I)
La Biblia no provee mucha información en cuanto a este profeta. La única referencia personal es el nombre de su padre, Petuel. Su nombre significa “Jehová es Dios”. De lo que vemos en su profecía podemos deducir que fue un profeta de Judá y que profetizó en Jerusalén; probablemente era lo que se conoce como un “profeta de culto” o “profeta del templo”. Es posible que Joel haya sido uno de los primeros profetas menores.
El capítulo 1 es una terrible descripción de la destrucción causada por una invasión de de las plagas: el saltón, el revoltón y la langosta, ocurrido en aquella época. Una plaga de langostas había invadido la tierra. La descripción es exacta en lo que se refiere al modo de actuar de las mismas y también de los resultados de sus terribles invasiones; desaparece la vegetación en los campos; se comen la corteza de los árboles y de las plantas, junto con las raíces bajo la tierra; sus nubes oscurecen el sol; su marcha compacta es comparable a la de un ejército; el ruido que hacen al moverse es similar al del viento. El profeta apela especialmente a los ancianos, para que hagan memoria si han sabido de alguna plaga de langostas similar o si sus antepasados sufrieron alguna devastación como aquella, provocada por las sucesivas oleadas de langostas. Es así como Joel presenta ante ellos el carácter vívido   y sin precedentes de esta calamidad. Nunca había sucedido algo así antes. Los cuatro nombres que aparecen en el versículo cuatro significan: 1. El roedor, que devora 2. El que vive en enjambres, que es la langosta, o saltamontes, o saltón 3. El lamedor, o langosta joven; y, 4.  El destructor, o devorador.
A las langostas se les ha dado el nombre de “encarnación del hambre”. Se han dado casos en que han devorado todas las hierbas verdes y los brotes de pastos en una zona de ciento cuarenta kilómetros. Joel exhorta, en primer lugar  a los borrachos a que despierten de los efectos de su embriaguez con vino. El borracho, conocido por sus canciones y su risa ronca, habrá de llorar, debido a que su deliciosa vid ha quedado destruida por la plaga de langostas. Notemos los diferentes lamentos de este capítulo: 1. Los borrachos, versículo 5; 2. La nación bajo la figura de una virgen, versículo 8; 3. Los sacerdotes, versículo 9; 4. La tierra, versículo 10; y, 5. Los granjeros y viticultores, versículo 11. Se presenta a las langostas bajo la imagen de una nación invasora, a causa de su gran número y de su obra destructora. Se comparan los dientes de la langosta con las de un león, pues las dos mandíbulas de la langosta tienen dientes como las de una sierra, semejantes a los colmillos de un león. Tanto el león como la langosta son sumamente destructivos en sus depredaciones.

Hasta este punto el profeta ha mencionado el vasto alcance de la catástrofe sólo en términos generales. Ahora llena el cuadro con detalles bien escogidos. Israel, el pueblo de Dios, bajo la figura de una joven virgen que ha perdido a su novio a causa de la muerte de éste, recibe la exhortación de que se lamente por la calamidad que ha caído sobre ellos. La ofrenda de la casa del Señor había sido cortada (la ofrenda de harina dependía del fruto del campo y la libación del vino del producto de la vid). Hasta la adoración quedó  afectada por la desolación. ¡Cuánto estrago puede producir el pecado en cada aspecto de la vida! Así pues, no es de extrañar que los sacerdotes de Dios se entregaran al duelo. La desolación afectó todo: el campo, el grano, las viñas, los olivos, el trigo, la cebada, las higueras, el granado, las palmas, los manzanos y todos los árboles en otras palabras, todo había sufrido los efectos devastadores de la plaga de langostas. Todo gozo desapareció por cuanto la cosecha y la vendimia les fueron negadas. Por medio del profeta, el Espíritu de Dios instruye ahora al pueblo del Señor sobre cómo volver a disfrutar de las bendiciones. El Señor los llama a ceñirse de cilicio, a llorar y a lamentarse, todo lo cual manifestará que se han vuelto a Dios con un corazón arrepentido; allí, la mano del Señor volverá a ser favorable a ellos y disfrutarán nuevamente de las bendiciones de Dios.

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