miércoles, 4 de diciembre de 2013

ESCUELA DOMINICAL (1)

                                                          LOS PROFETAS MENORES 
                                                       (Introducción)
Nos introducimos a partir de ahora en el fascinante mundo de los llamados Profetas Menores. La impresión que da este calificativo es que se trata de libros de poca importancia; nada más lejos de la verdad. Un modo mucho mejor de designarlos es el que han utilizado los rabinos judíos: Los Doce. El canon hebreo dividía los libros proféticos en Profetas Anteriores (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y Profetas Posteriores (Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel y Los Doce). Se conocía a los doce desde la antigüedad como los profetas menores debido al tamaño relativo de sus profecías al compararlas con las de Isaías, Jeremías y Ezequiel. Constituían un solo volumen para asegurarse de que no se perdiera ninguno de los doce libros. Los autores humanos de estos libros vivieron, trabajaron y escribieron entre el siglo nueve y el siglo cinco antes de Cristo. Sus mensajes, que tienen una importancia muy grande, contienen los temas predominantes de las Escrituras proféticas relativas al Mesías, a Israel, a las naciones y al reino terrenal del Señor. Sus días corresponden a la era del imperio asirio, el imperio babilónico y los siglos posteriores a la cautividad.
                                                              OSEAS  (I)

La única fuente que tenemos para saber sobre la vida y el ministerio del profeta Oseas, lo encontramos en su propio libro. Su nombre aparece en la Biblia como Oseas, Josué y Jesús y significa “Salvación”. Oseas ejerció su ministerio durante los reinados de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías de Judá, y en el período de Jeroboam II, hijo de Joas de Israel. Su ministerio se desarrolló por aproximadamente cincuenta años. De ninguno de los otros profetas tenemos tanta información sobre su vida dentro del hogar como Oseas, porque es en ella donde radica el mensaje de Dios para su pueblo. Tanto la esposa como los hijos de Oseas fueron señales y presagios para Israel, Judá y la nación entera. Los capítulos 1 al 3 constituyen una sección bien definida del libro, en la que se nos dan a conocer las experiencias domésticas del profeta. Los mensajes proféticos propiamente dichos los encontramos en los capítulos 4 al 14. Oseas vivió en un período de aparente prosperidad material. El reinado de Uzías se caracterizó por una serie de batallas triunfales, un número creciente de proyectos de construcción en el país, la multiplicación de las fortificaciones y el fomento de la agricultura (2 Crónicas 26). A pesar de la prosperidad que Dios les concedió, el pueblo se desenfrenó, cometiendo toda clase de pecados y estaban en una gran decadencia moral y espiritual, substituyendo la verdadera adoración por ritos externos de falsa religiosidad; Jesurún había engordado y tirado coces (Deuteronomio 32:15). En otras palabras, Israel se prostituyó y, estando en esa condición, Dios llamó a Oseas y le ordenó que se casara con una mujer que más tarde se convertiría en una ramera (1:2); con eso Dios daría un mensaje al pueblo. Dios había escogido a Israel y estableció una relación muy bendecida entre ellos y El, semejante a los lazos del matrimonio, pero luego Israel, la esposa del Señor, fue y adulteró con cuantos amantes encontraba por el camino. De la misma manera que la prostitución y el adulterio, pecados profundamente viles, dañinos y aborrecibles, son el resultado de la infidelidad, así también la prostitución espiritual es el resultado de la infidelidad y alejamiento espiritual de Dios. El Señor había establecido un pacto eterno con Abraham y deseaba permanecer ligado a su pueblo; pero, correspondiendo a ese amor, esperaba que el pueblo de Israel tuviera presente sus lazos con El. No obstante, los israelitas no lo hicieron así y Dios ilustra la infidelidad de Israel mediante el hogar del profeta Oseas.

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